Todo era gris y oscuridad en sus pensamientos ... no recordaba el porqué de su cautiverio. Los
rayos de sol y de luna se alternaban uno tras otro desde hacía mucho tiempo.
Sobre su cabeza, entre su lacio pelo, alborotado y demacrado por el paso de los
inviernos, esa luz era su única compañía, dama de noche, y esposa de día.
Apenas si se lograba ver algo uniforme a media zancada de
distancia, no necesitaba mucho más, pues solo tres cortos pasos y la
interminable hilera de piedra vedaba el fluir de sus toscos movimientos. Ha
izquierda un barreño donde aliviar sus escasos desechos. Tras él, un lecho
conformado por piedra y una suave manta que se preservaba en mantener en
perfecto estado, aunque las ratas que se adentraban en las horas de sueño a través
de las pequeñas grietas en la caliza; se habían encargado de hacer su trabajo y
los uniformes mordisquillos hacían mella en su tejido.
Al frente una puerta
robusta, de madera del que fuera un fantástico roble hace muchos lustros, pero
tristemente maltratado por el paso de los años. Y finalmente la puerta de
entrada de sus compañeras a unos 20 pies de altura y de un tamaño y forma
semejantes al de la cabeza de un niño y rematados en un vasto granito en el que
la humedad había dejado huella.
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