jueves, 17 de mayo de 2012

Sinfonía de vida



Narran los textos que en el  antiguo mundo, las praderas se extendían más allá de las grandes cordilleras de Luntar, los riachuelos y los arroyos surcaban los escarpados terrenos de las montañas, para desembocar en el gran lago; a los pies de la sierra, en donde la vida florecía como nunca antes se había visto.

Grandes bestias aladas cohabitaban con diminutos insectos y pequeños mamíferos en una sinfonía de vida armoniosa que parecía orquestada por el mejor de los maestros e interpretada por la mejor de los conjuntos en un continuo fluir de vida y muerte perfectamente hilado.


(Continua tras el salto)



Una mañana cuando aún el sol solo se intuía en el horizonte algo ocurrió. Un atronador sonido engulló a todo el valle. Los árboles empezaron a crujir como si estuvieran sometidos a la mayor de las presiones. El fluir el agua se detuvo de inmediato. Los animales parecían histéricos, corrían de un lado a otro sin saber hacia dónde ir; parecían poseídos por  un ente maligno que se había apoderado de ellos.  El suelo empezó a temblar. La tierra se resquebrajó en mil pedazos, formándose grandes riscos bajo ella, que engullían a todo ser que tuviera la mala fortuna de encontrarse en el recorrer de las grandes hendiduras; que cada vez más iban aumentando en tamaño.  En el cielo no parecía haber mañana alguna, unos  oscuros nubarrones se encargaban de cubrir todo el cielo mientras la luz del gran astro cada vez se mitigaba más y más.

De repente… silencio.

 La tierra volvía tras sus pasos y se volvía a unir como un todo, el agua fluía como de costumbre rio abajo hasta el gran lago. Las nubes que hacía unos instantes presagiaban el peor de los infiernos se esfumaban poco a poco, y los animales exhaustos descansaban sobre el lecho verde de la pradera o se adentraban en el bosque de hayas en busca quizás de un refugio seguro. Nada había cambiado, todo seguía igual.

Igual, excepto por un extraño ruido, un lamento; algo que ninguno de los seres que habitaban esas tierras había percibido jamás.
El extraño ser  no era muy grande,  su color rosado de piel resaltaba sobre un lecho formado por hojas de haya sobre las que reposaba, y se agitaba dejando escapar un ligero sollozo.

Ese fue el nacimiento del primer hombre sobre la tierra.

2 comentarios:

  1. hola ,me encantan tus relatos espero que sigas publicando muchos,espectante estoy de lso nuevos

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  2. Muchas gracias. Es un placer poder compartirlos con vosotros

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