Un Cazador Sin
Alma
Estaba escuchando hace unos años,
en una de mis noches de insomnio; un programa de caza en la radio. En él
comentaban una crítica que habían recibido. No recuerdo exactamente desde que
lugar. En esta se hacía ver que los cazadores maltrataban a sus perros. Ya que
según esta crítica, los perros son meras herramientas para el cazador, que son
tratados como si de una escopeta, un chaleco o unos pantalones se trataran. Hoy
voy a explicar mi historia.
Hace de esto, como digo, muchos
años. Muchas jornadas de caza en mis piernas después, creo que me permiten
rebatirla con conocimiento. Lo primero que pensé fue. Esta persona jamás ha visto
un perro justo antes de salir a cazar. No he visto jamás un perro tan contento
que aquel perro conocedor de que va
salir de cacería. Jamás. Pero vamos a empezar desde el principio.
(Continua tras el salto)
Desde que era solo un niño, y
gracias a un padre que ha sabido inculcarme el
gusto por este deporte, empecé a
sumergirme en este mundo. Muchos compañeros cazaron a nuestro lado durante
estos años. Aún recuerdo un podenco cruzado, muy fuerte, y de nombre Lolo .
Como adoraba a ese perro. Yo tenía seis o siete años a lo sumo. Fue al primer
perro al que admiré. Después vinieron muchos más. Tobi, Chica, Luci, Bambi… Grandes perros. Hace años que se fueron.
Pero dejaron tras de sí, las
maravillosas jornadas de caza que pasamos juntos. Después llegó Pireo, un
precioso bretón con manchas color chocolate. Aún acompaña a mi mentor en sus
días de caza.
De él aprendí muchas cosas, el respeto por la
naturaleza, el practicar una caza saludable y deportiva. No abusar del gatillo fácil. Con tranquilidad,
con temple. Hay que disfrutar del trabajo del animal, disfrutar del momento. Lo
importante no es abatir una presa, es disfrutar del momento antes de que salte, y apreciar un buen cobro mucho más
que un buen tiro. Siempre le estaré agradecido; pues esas son las razones que
me llevaron a ser cazador, o por lo menos el cazador que soy hoy día.
Hace solo unos cuatro años que
practico en solitario el noble arte de la caza. Me regalaron dos perros para
esa primera temporada. Sora y Cleo. Fue unos meses antes de que se abriera la
veda. Sora llegó primero. Un labrador cruzado, de no mucho tamaño, color canela,
y con una casi imperceptible mancha en el rostro. Después fue Cleo. Una
impresionante Braco Alemán, de casta pura. Preciosa. No eran muy buenas
cazadoras, de hecho no tendrían un año
la primera y más de año y medio la segunda.
Pero poco a poco las fui conociendo, nos fuimos conociendo. Paseamos
muchas tardes, dimos largos paseos por el campo, y poco a poco, lo que parecían
unas perros no muy aptos para la caza, se fueron convirtiendo en amantes de
esta. Y deseaban verme día a día, para tocar campo una vez más a mi lado.
Empezó la temporada, Sora fue la
primera que destacó como cazadora. Siempre recordaré la primera perdiz que
abatí. Venía impulsada desde lo alto de
un cerro. Con un rápido movimiento de
escopeta, logré tumbarla. Era novel, estaba nervioso, mi primera perdiz en
solitario. No sabía ni donde se podría encontrar. Pero fue fácil, ya que al
instante la labradora, se presentó con la pieza en la boca. No tuve que decir
nada. No me pude sentir más orgullo en mi interior, y no por el tiro. No. Fue
un cobro perfecto. Fue por la imagen del labrador corriendo con la presa en la boca para entregármela. Una imagen imborrable.
Pasó el tiempo, tuvimos muchos
lances más. Cada día las perras cazaban más y mejor. Cleo empezó a destacar más
tarde, ya al segundo año. Que velocidad, era increíble. Las liebres daban
carreras larguísimas para poder zafarse. Muchas se fueron sin ni siquiera poder
tirarlas, ya que la perra avanzaba casi tan rápido como la orejona. Pero no
importaba no cobrar la pieza, la perra hacía su labor perfectamente. Casi terminado esa temporada, llegó un nuevo
miembro. Un podenco andaluz, de talla pequeña, de orejas pichas y color canela, con una mancha blanca sobre el
pecho. Hermoso.
Transcurrió la siguiente
temporada, en la que poco a poco todos íbamos aprendiendo más y más cosas.
Unos de los lances que más se
vienen a mi cabeza, ocurrió en mitad de unos llanos recién sembrados. Éramos
tres cazadores en la partida. Yo cerraba la mano alta. Me acompañaban ese día
Sora y Cleo. Ambas empezaron a percibir el olor de las perdices, y poco a poco
rastreaban delante mía en su búsqueda. Cuando
de repente, la labradora se quedó inmóvil. Me acerqué despacito y cuando estaba a sus
espaladas, di la orden de abalanzarse.
Un perdigón se arrancó. Falle el primer tiro. Muy precipitado. En el segundo
logré alcanzarlo, pero el animal siguió volando hasta taparse con una elevación
que me impidió verlo más. Cuando me asomé tras ella, Cleo le había seguido la pista. A mucha
distancia logré vislumbrar a la perra haciéndole postura tras postura. Levantando
a la infatigable perdiz con cada una y
poco a poco logrando que cada vez estuviera más cerca. Dos cartuchos me
costaron más para abatirlo, debido a la
gran distancia a la que se encontraba. Pero finalmente logré derribarlo.
Acompañaba ya Sora al lanc,e que sin dar tiempo de reacción a el braco.
Consiguió cobrarla. Ese ha sido mi mejor lance. No por mí, ya que tenía que
haber acabado mucho antes. Pero si por el trabajo de mis compañeras. Digno de
ver.
Y por fin llego al punto de partida.
Esta temporada.
Fue a principios de la misma cuando noté a la
labradora algo extraña. Pero nada
importante –pensé-. Pasaron los días hasta que empezó a dejar de comer. El
veterinario confirmó que estaba preñada, pero que los perros se habían muerto causando
una gran infección. La perra fue operada, pero no aguantó mucho más y nos dejó
al siguiente día.
Con gran tristeza continuó la
temporada. No era lo mismo. Cleo se esforzaba como nunca, pero no abarcaba el mismo
terreno, y Kiko era aún muy inexperto. La temporada acabó con muy mal balance; sobre todo por la pérdida que tuvimos que
afrontar. Pero dentro de lo malo, el
podenco ya empezaba a dar señales de caza en sus venas y cada vez iba a más.
Una vez cerrada la veda. Fue Cleo
la que cayó enferma. Una infección interna incontrolable, le costó la vida.
Otro duro palo.
A mi cabeza vino entonces la
crítica que escuché hace tantos años en la radio. Los animales sufren cuando cazan, son meras
herramientas del cazador. Decía la crítica. No puedo nada más que lamentar que
personas sin experiencia alguna en la caza difundan ideas erróneas. Sin saber
siquiera lo que es admirar un perro, a un compañero, aun amigo.
Porque un perro no es una
herramienta del cazador, no es una escopeta, unos cartuchos, un arco… no es eso
señor. Un perro es el alma del cazador. Un perro es parte del cazador. Es el
motivo que hace que se levante a la hora que sea necesaria, que recorra sendas
interminables y casi intransitables. Que
pase calor, frio, impotencia al errar un tiro.
Y cuando un perro se va, el cazador pierde la
parte más importante que tiene. Cuando tu compañero te deja, pierdes una parte
del cazador que hay en tu interior.
Ayer enfermó Kiko. No podía respirar correctamente. Los
veterinarios me comunicarón que tenía un pulmón parado y que harían todo lo
posible. Me acaban de llamar. Kiko nos ha dejado. El resquicio de cazador que
quedaba en mi interior, se ha esfumado por completo.
Me quedo con que no sufrirá más, con que por
fin están los tres juntos. Sea donde sea el lugar, estarán correteando en un
gran valle, donde las alambradas no limiten sus carreras y en donde puedan disfrutar de su pasión siempre
que quieran.
Con lágrimas en los ojos, escribo esto para que cualquier lector que se
aventure a llegar hasta aquí, entienda cuán importante es la labor del perro en
el arte de la caza .Y que tan fuerte es el lazo que une a animal y a hombre.
Por mi parte, solo espero poder
recuperar parte del alma que durante
este aciago año he perdido. Se que muy al fondo se resistirá a morir. Porque los buenos momentos
que pasamos juntos son imborrables, y como tales serán parte de mí por siempre.
Va por vosotros. Sora, Cleo,
Kiko, mis compañeros, mi alma. Jamás os
olvidaré.
Un Cazador Sin Alma
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