El tiempo en aquellos días pasaba lentamente,
los segundos se convertían en horas y las horas en una eternidad.
A sus 19 años, Sofía había olvidado el tacto
cálido de un abrazo sincero. La cálida
voz de su madre, hacía años que se perdió en un mar de alcohol que consiguió
llevarla a la tumba. Las deudas contraídas en su viaje a España la tenían atada
a Igor, el hijo de puta que regentaba el bar donde cada noche perdía una chispa
de su ser. Promesas de una vida mejor en un nuevo país la habían atado de por
vida, y el miedo a la represión de una mafia brutal conseguían apaciguar sus
ganas de huída.
El séptimo cielo era el nombre del local. Situado a las afueras de Madrid,
acogía con los brazos abiertos a toda
clase de calaña día tras día.
Cada vez que se encendían los neones rosas su
cuerpo se estremecía. Muchas veces prefería cerrar completamente las ventanas
de la habitación que tenía asignada para no enterarse de la apertura del local.
Pero le era imposible, al cabo de un par de días, el simple sonido de los
cebadores alimentando al tubo de neón conseguía revolverle el estomago.
(Continua tras el salto)