sábado, 26 de enero de 2013

Sin Tiempo






Son las 5 de la tarde, no tengo tiempo, no necesito más tiempo. Esta historia es cruda, natural, sale como tiene que salir, no habrá arreglos, no habrá correcciones. No lo necesita.

Circulaba a 160 km por hora en plena ciudad de Sevilla. Detrás de mí, gente de la peor calaña, no los conocía, y no los quería conocer. La razón simple. 2 kilos de coca. No me drogo, no lo necesito. Pero mi hijo sí. Es sencillo, el necesita un corazón, tiene 24 horas. Nos enteramos hace 2 días. Su hijo va a morir. Eso es lo que dijo el doctor.

Va a morir, a menos que se le implante un corazón. Pero no tenemos tiempo, no dispongo de nada más. Es la hora, es el momento de hacerlo. Dos llamadas, un paseo por la peor de las zonas. Mi ropa era cara. Cadenas de oro, buen reloj, y un Mercedes alquilado. Todo para aparentar.

Llegué a las 3000, pregunté, me informé. La llamada me envió al nº 20 de la calle merced. Pregunta por Paco. El tiene de la buena. De la buena y en mucha cantidad.



 Continua tras el salto


Colgué el teléfono. 30 minutos. Una Glock robada. 200 euros. No necesitaba más. Toqué a la puerta.
_  Pasa coño!!!
Esa fue su respuesta. Una voz malsonante me invitaba a entrar a su casa. Estaba de pena. Desconchones, basura, picos por el suelo…
_Quiero dos kilos.
_ Jajaja. Compadre crees que soy gilipollas. que te voy a dar a ti, madero de mierda. Dos kilos, ¿y después qué? ¿Al calabozo contigo? Tu puta madre.
_ Quiero dos kilos de coca, ya. Tengo el dinero.
El malnacido se negaba a enseñarme nada. Hijo de puta. Su aspecto parecía amenazante. Y su mono detrás de él, escondía algo en sus espaldas.
_ Date la vuelta y pírate de aquí,  capullo. O te pego un tiro en los güebos.
_ No.
Su gorila se hechó a reír. Era el momento.
_Te enseño la guita tío-dije-

Metí la mano en mi espalda y empuñe el arma.  Cinco tiros. El cabrón del guarda espaldas ya no reía tanto. En su boca solo dientes hechos trizas, el balazo había dado justo en el blanco. El camello no tuvo tanta suerte. Cuatro tiros. Dos en el estomago, uno en su rabo y otro en la pierna. Estaba muerto, pero él no lo sabía. Solo sentía dolor. Era mi momento.

_ Dame la mierda ¡ya! – Le exigí.
_Detrás del sillón, a mis espaldas coge lo que quieras, pero no me mates. Por el santo Cristo, déjame vivir.

Revisé el sillón, ahí se encontraban. Más de 10 kilos de coca. Cogí solo dos, no necesitaba más. Mi agradecimiento, un tiro en la nuca. Hora de irse.

El Mercedes me esperaba arrancado. Alrededor de la puerta nadie. Todos habían oído los tiros. Todos  huían. Aceleré…

160 km por hora en mitad de Sevilla. Detrás de mí dos coches. Familia del camello. Una escopeta no paraba de gritar. Una vez y dos. Silencio y volvía a actuar. Pero estaban muy lejos, los perdigones no hacían mella en el coche. El rio. Mi oportunidad.  Frené en seco. Y me di la vuelta. Dirección, el primero de los coches. Sin miedo, todo recto. 30, 40, 70, 100 Km Hora. El golpe iba a ser inminente.

Las gomas del BMW que estaba a punto de estrellarse conmigo chirriaron estridentemente mientras el conductor daba un golpe de volante en el último instante. Su destino. El río. Uno menos. Continué hacia adelante. El segundo coche era un Renault 21 y estaba a punto de alcanzarme. Saqué el arma y descargué el cargador. Once disparos. Uno golpeó en el neumático.  El perseguidor quedó inutilizado. Solo malfarios y maldiciones detrás.
Agarré el móvil. Otra llamada
_Tengo el material. Llego en 5min.

Aparco. Tiro del freno de mano. El polvo de aquel descampado ensució por completo el vehículo. Me esperaban.
Eran colombianos. Un corazón por dos kilos de coca. Ese era el acuerdo. Dos hombres. Trajeados. En sus manos una nevera.
_ Tenéis el órgano.
_Aquí mismo. Queremos ver la mierda.

Se la pasé en el instante en que me enseñaron el contenido de la nevera. No tenía tiempo. Dirección. La Macarena.

Abrí las puertas del coche y empecé a correr con la nevera en la mano.

_Doctor, lo tengo. Y abrí el recipiente.
_ ¿Pero como…? Un momento…

Su rostro cambió por completo mientras decía… “No sé que habrá hecho para conseguirlo. Pero el órgano no es humano. Pertenece a un ovino. No es compatible”.

Mi rostro cambió por completo. Toda la adrenalina acumulada se vino al suelo en un instante.
Quiero ver a mi hijo. Necesito verlo.

Llegué a la habitación, Antonio llevaba inconsciente ya 10 horas. Los médicos lo habían inducido, era la única forma de que no sintiera dolor. Su madre lloraba a los pies de la cama. Y ni siquiera cuando entré a la habitación pareció darse cuenta. Le agarré la mano.
_Te quiero.

No pude aguantar más. Subí a la azotea del centro. Abrí la puerta y empuñe el arma. La introduje en mi boca acariciando el gatillo… Lo accioné. Todo se volvió rojo.

Era extraño. Estaba tirado en el suelo y aún así notaba la sangre caliente brotando de mi sesera. Me manchó la espalda y la noté en las puntas de mis dedos. Mis ojos apuntaron al cielo y un estruendo siguió al mayor silencio que jamás he percibido.
Una última imagen. Un helicóptero descendiendo del cielo. Unas siglas.  UTO. Unidad de trasplante de órganos.

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